5.1.
EL SÍMBOLO
La noción de símbolo es el elemento clave
de la filosofía de la cultura de Cassirer. En la antropología filosófica
distingue entre lo que llama señales y los símbolos [Cassirer 1975: 56 y ss]. Las
señales forman parte del mundo físico del ser. Son operadores que hacen
referencia a eventos físicos y la relación de la señal con lo señalado es una
relación estable. Dentro del mundo animal también tienen cabida este tipo de
señales, y el “lenguaje” de los animales superiores es un ejemplo de ello. Los
símbolos, por el contrario, forman parte del mundo humano del sentido. Son
designadores que tienen únicamente un valor funcional. No son rígidos e
inamovibles, sino que gozan de una cierta flexibilidad, aunque no son
arbitrarios. Y el significado de cada símbolo es intrínseco a sí mismo y no se
debe entender por referencia a otro objeto distinto de sí.
Se pueden descubrir dos fuentes del
concepto de símbolo: la teoría estética de Vischer y la física y mecánica de
Hertz. Ambos sostienen que lo que la mente puede conocer depende de los
símbolos que crea. Cassirer extiende este principio, que se aplicó
primariamente a los campos del arte y la mecánica, a todos los ámbitos de la
actividad humana. Estudiando a Hertz, Humboldt y Einstein, Cassirer observa
cómo los modelos científicos permiten a la mente separase de la inmediatez de
la percepción y construir, por ejemplo, los “conceptos físicos” de espacio,
tiempo, masa, etc., que son “ficciones” forjadas por la mente para dominar el
mundo de la experiencia sensible considerándolo un universo legalmente ordenado
[Cassirer 1923, 2: 26]. Ésta es también la función que cumplen las palabras del
lenguaje: son unos instrumentos del espíritu en virtud de los cuales progresamos
pasando del mundo de las meras sensaciones al de la intuición y la
representación. Y lo que acontece con los conceptos físicos y las palabras,
sucede también con las demás formas simbólicas: con el mito, el arte, etc.
Cassirer define el símbolo como «una
realidad material que indica otra cosa. Es algo sensible que se hace portador
de una significación universal, espiritual» [Cassirer 1972,1: 36]. Se trata de
«un contenido individual, sensible, que sin dejar de ser tal, adquiere el poder
de representar algo universalmente válido para la conciencia» [Cassirer 1972,1:
56] y así, en el símbolo se produce la «síntesis de mundo y espíritu» [Cassirer
1972,1: 57].
Las principales características del símbolo
—o forma simbólica— son los siguientes:
— Se ordena al conocimiento; es un órgano
del conocimiento, que no permite la separación entre el signo y su objeto. No
es sólo una construcción mental, sino una función dinámica o energía para la
formación de la realidad, y para la síntesis del yo y su mundo;
— No es un mero envoltorio o etiqueta
externa que se pone a una realidad objetivamente constituida de antemano, sino
que constituye a esa realidad en objeto, y entonces puede ser conocida;
— No nos pone ante los ojos algo que ya es,
y que existe tal cual lo percibimos más allá de nuestro conocer. El símbolo es
entendido como un instrumento para la creación del significado dentro del
ámbito de la experiencia;
— Tiene una función fijadora,
universalizadora: representa a un conjunto, y no sólo a un individuo;
— Solamente es significativo cuando ocupa
un lugar dentro de un sistema simbólico, pero no aisladamente;
— Es fruto de la actividad formalizadora
humana, que se despliega en diferentes direcciones, dando origen a diversos
modos de simbolización como son el lenguaje, el arte, el mito, etc.;
— Es particular, pero tiene al mismo tiempo
una dimensión universal: así, por ejemplo, una palabra escrita es esta serie
concreta de manchas de tinta sobre un papel y el significado universal del
término.
En resumen, la función simbólica —es decir,
la creación de símbolos— es una capacidad exclusiva y específica de la
conciencia humana que consiste en la transformación de un contenido individual
sensible de manera que, sin dejar de ser tal, adquiera el poder de representar
algo universalmente válido para la conciencia [Cassirer 1972,1: 56]. Cada forma
simbólica —la ciencia, el arte, el lenguaje, etc.— significa una nueva
revelación que brota del interior al exterior, una nueva “síntesis de mundo y
espíritu”.
5.2. LA CULTURA COMO UNIVERSO FÍSICO “INTERPRETADO” POR EL SER HUMANO
Cassirer se refiere a la cultura como al
universo simbólico creado por el hombre para poder desarrollar en él su
existencia. Las diversas direcciones en las que el espíritu humano se
despliega, las diferentes áreas de la cultura, son los distintos modos de
expresión simbólica creados por el hombre en el proceso de interpretación de
sus experiencias vitales.
El mundo propiamente “humano” no es el
mundo físico, sino el universo cultural; más aún, el hombre no tiene acceso al
mundo físico “en sí mismo”, sino a través de los símbolos que él mismo ha
creado para conocerlo y habitar en él. El universo cultural que crea el hombre
es el único hábitat en el que puede desarrollar su existencia, y está entretejido
por el lenguaje, el mito, el arte, la ciencia y la religión, que forman una
trama que se va reforzando continuamente a medida que se produce cualquier
avance en el conocimiento.
Las relaciones entre el mundo físico y el
mundo cultural creado por el hombre no deben imaginarse como si hubiera un
soporte físico —que compartimos hombres y animales— al que se añadiera una
“superestructura” cultural exclusivamente humana. «La distinción entre
naturaleza y cultura no hay que buscarla tanto en una emergencia de nuevos
rasgos o propiedades, sino en el característico cambio de función que sufren
todas las determinaciones en cuanto pasamos del mundo animal al mundo humano.
Ser libre no significa quitarse de la naturaleza, de sus leyes y
operaciones..., sino que dentro de esos límites puede obtener cosas que sólo él
es capaz de conseguir» [Cassirer 1975: 74]. El hombre no vive en dos ámbitos
superpuestos, uno físico y otro simbólico. El hombre vive en un único ámbito,
que es todo él cultural, que asume el mundo físico, y lo hace abrirse a una
nueva dimensión.
Así, los objetos culturales, por ser
simbólicos, no poseen una existencia real como parte del mundo físico sino que,
propiamente, poseen un “sentido” [Cassirer 1975: 90]. Aunque el hombre no pueda
dar el ser en términos trascendentales, por medio de su actividad simbólica
dota de nuevos sentidos a las cosas, convirtiéndolas en algo distinto sin
necesidad de alterarlas físicamente. Y así, por ejemplo, puede tomar una piedra
y convertirla en “arma” o en “frontera”, en “adorno” o en “regalo” sin de
ejercer ninguna acción física que la altere. Pero la piedra “se transforma” en
una cosa o en otra, en función del sentido que le otorga el ser humano.
5.3.
LA CULTURA EN CUANTO SISTEMA DE LAS FORMAS SIMBÓLICAS
Cuando Cassirer se refiere a la cultura,
habla de ella como el “sistema de las formas simbólicas”, “la unidad funcional
o red de actividades simbólicas”, el “sistema funcional de las creaciones del
espíritu”, etc. La cultura, en cuanto ámbito humano, no se considera una
realidad substancial, ni un sistema mecánico compuesto por piezas que gozan de
cierta autonomía, sino que se parece más un “campo magnético”, que se
constituye como tal por el conjunto de relaciones que se establecen entre los
elementos que lo integran [Cassirer 1974: 7].
El mundo de la cultura es pues el sistema
de las formas de expresión del espíritu, formas de comprensión del mundo, o
formas simbólicas, que son para Cassirer expresiones sinónimas. «Cultura
significa un todo de actividades verbales y morales, de actividades que no
están concebidas de manera abstracta, sino que tienen una tendencia constante y
la energía para su realización. Es esta realización, esta construcción y
reconstrucción del mundo empírico lo que está incluido en el concepto mismo de
cultura, lo que constituye uno de sus rasgos esenciales y más característicos»
[Cassirer 1979: 65].
La cultura es la progresiva objetivación de
nuestra experiencia humana: la objetivación de nuestros sentimientos,
emociones, intuiciones, impresiones, pensamientos e ideas [Cassirer 1979: 166 y
ss.]. El resultado específico de la creación cultural es la construcción de un
mundo de pensamiento y sentimientos, un mundo de humanidad que pretende ser un
mundo común, en lugar del sueño individual de cada uno. Y el surgimiento y
evolución de las diversas formas culturales no sigue un esquema preconcebido,
sino el lento desarrollo, fruto de la libertad humana, que nos muestra la
historia. Por eso, la filosofía de la cultura sólo puede hacerse a posteriori,
intentando comprender la acción del hombre, y no buscando predecirla [Cassirer
1979: 64 y ss.].
Hay un número determinado de formas
simbólicas o fenómenos culturales arquetípicos que constituyen las principales
dimensiones de la cultura: mito y religión, lenguaje, arte, historia y ciencia.
Todas ellas son “formas simbólicas” en las que se produce la unión de un
elemento sensible con un contenido universal, pero la configuración del mundo
que se lleva a cabo en cada una de ellas, se realiza de manera diferente, de
acuerdo con diversos principios constitutivos.
Cassirer dedica los tres primeros volúmenes
de la Filosofía de las formas simbólicas a la exposición de las tres formas
culturales básicas: lenguaje, mito y arte. Después de su muerte, se publicó un cuarto
volumen, dedicado a la metafísica de las formas simbólicas.
Lenguaje, mito y religión, arte y ciencia
son para Cassirer como «los distintos escalones que el hombre ha subido en su
toma de conciencia, en su interpretación reflexiva de la vida. Cada una es un
espejo de nuestra experiencia humana que tiene su propio ángulo de refracción»
[Cassirer 1974: 166 y ss]. La aparición de cada una —tanto en el transcurso de
la historia como en la vida particular de cada ser humano— se desarrolla
siguiendo una secuencia que va desde lo concreto a lo abstracto, de acuerdo con
el dinamismo propio de las tres funciones fundamentales de la conciencia
humana: las funciones expresiva, representativa y conceptual [Cassirer 1974].
— La función expresiva que es la más básica
y constituye el fundamento de las demás es la que da origen al mito.
— La función representativa ordena el mundo
a través de propiedades de las cosas y sus relaciones, según el modelo
aristotélico de géneros y especies. Divide la experiencia en niveles lógicos de
abstracción por referencia a sensibles particulares y crea el lenguaje.
— La función conceptual, es aquella es la
que la mente opera racionalmente: los elementos de la experiencia se aprehenden
en series, como variables organizadas por una ley de ordenamiento. Este es el
tipo de conocimiento característico del pensamiento matemático y las ciencias
de la naturaleza.
5.4.
LAS PRINCIPALES FORMAS SIMBÓLICAS
Todas las formas simbólicas transforman la
impresión en expresión, contribuyendo de esa manera a la progresiva liberación
del espíritu [Cassirer 1972,1: 20]. Pero cada una de ellas lo hace a su manera.
En Las ciencias de la cultura pone un ejemplo de ello: todo lo que conocemos
sensiblemente está configurado por las categorías de espacio y tiempo, porque
éstas son las formas a priori de la sensibilidad. Pero el espacio de un
artista, no es “el mismo espacio” que el de un matemático; o una línea recta no
significa lo mismo considerada en el ámbito de las matemáticas, el mito o el
arte. Y así, cada forma simbólica, cada ámbito cultural supone una nueva
revelación del espíritu, que brota desde el interior del hombre hacia el
exterior, logrando una nueva síntesis de mundo y espíritu.
5.4.1.
EL MITO
Para Cassirer, el mito es la primera
expresión de la actividad cultural del hombre. Antes de que pueda elaborar un
concepto o una palabra, forma a las “imágenes míticas” o metafóricas.
El lenguaje y el mito están íntimamente
relacionados, y en las primeras etapas de la cultura humana, su cooperación tan
patente que resulta casi imposible separar al uno del otro, de manera que
siempre que encontramos a un ser humano, lo hallamos en posesión de la facultad
del lenguaje, y bajo la influencia de la función mitopoiética [Cassirer 1975:
166]. Hasta el punto de que la “palabra mágica” es usada profusamente por el
primitivo, en quien naturaleza y sociedad forman un único todo en el que se
halla inmerso.
5.4.2.
EL LENGUAJE
Cassirer recuerda los dos tipos básicos de
lenguaje: el lenguaje inferior, o emocional, que es la mera expresión de
sentimientos y que se da también en algunos animales, y el lenguaje superior o
proposicional, que es el lenguaje propiamente dicho, que supone la
concatenación objetiva de ideas, y es un fenómeno exclusivamente humano.
El lenguaje proposicional construye una
visión del mundo peculiar: un mundo de “cosas”, y no sólo un flujo de
cualidades, como sucede en el mundo animal. Los hombres damos un “nombre” a
determinados conjuntos de percepciones, y los llamamos “cosas”, y esto luego
nos permite “reconocerlas”. Con la aparición del lenguaje en el hombre, una
vida de “significados” sustituye a una vida de meros “impulsos”, frenando el
fujo de sensaciones, estableciendo una serie de puntos de referencia alrededor
de los cuales éstas se aglutinan y estructuran. Aprender a hablar significa por
lo tanto construir el mundo, acercándose a él de una manera activa.
Sólo el hombre lleva a cabo este proceso de
solidificación de los datos de los sentidos para construir “objetos”; y en este
proceso el lenguaje juega un papel capital. Porque el concepto de “casa” no es
la imagen de una casa —que puede variar mucho. Para mantener la identidad
objetiva del concepto, una de las ayudas más importantes es la identidad del
nombre, del símbolo lingüístico. Y así, describir o designar cosas dándoles un
nombre es una función nueva e independiente respecto de la función simbólica
propia del mito, e implica dar un nuevo paso en el proceso de objetivación.
Supone aprender a clasificar nuestras percepciones poniéndolas bajo categorías
generales [Cassirer 1979].
Con la primera comprensión del simbolismo
del lenguaje, tiene lugar una verdadera revolución en la vida humana, pues se
da el paso del estado emotivo a la actitud teórica; es decir se da el paso
desde la vida confinada en los límites de lo meramente subjetivo a la capacidad
de objetivación.
Aprender a hablar no es un proceso
mecánico: no es aprender a colocar “etiquetas” —palabras, nombres— a las cosas.
Cassirer señala que cuando un niño aprende a nombrar las cosas no se dedica a
añadir una lista de signos artificiales a su conocimiento previo de objetos
empíricos acabados, sino que más bien aprende a configurar sus percepciones de
una manera concreta, a formar esos objetos, a entendérselas con el mundo de manera
objetiva [Cassirer 1975: 199].
Por tanto, los nombres de las cosas no
encierran ninguna pretensión de designar su naturaleza o esencia propia, sino
que se limitan a manifestar cuál es el aspecto particular de esa realidad que
estamos subrayando en cada momento. Y precisamente en esta limitación o
restricción que ejercen las palabras estriba su utilidad, su valor.
5.4.3.
EL ARTE
Para Cassirer el arte es una “forma
simbólica” auténtica —un modo de configuración del mundo, una manera de
organizar la experiencia— que difiere de la formalización característica del
lenguaje, el mito o la ciencia: el arte proporciona el orden en la aprehensión
de las apariencias visibles, tangibles, audibles, de manera semejante a como la
ciencia nos ofrece el orden en los pensamientos, y la moral el orden en las
acciones.
La característica específica del arte
consiste en que es un lenguaje que trata sobre las formas de las cosas. La
percepción estética pertenece por tanto a un orden más complejo que la
percepción sensible ordinaria, porque en el arte no se conceptualiza la
realidad, sino que más bien se perceptualiza: no se reproducen impresiones,
sino que se crean formas que no son abstractas, sino sensibles [Cassirer 1979].
La esfera del arte es la esfera de las
puras formas: no un mundo de meros sonidos, colores o cualidades táctiles, sino
de siluetas, diseños, melodías y ritmos. El arte es un tipo peculiar de
lenguaje que no utiliza símbolos verbales sino símbolos intuitivos. El que no
comprende estos símbolos intuitivos, quien no puede sentir la vida de los
colores, figuras, formas espaciales, armonías y melodías, queda excluido del
mundo del arte. Esto no significa solamente que queda privado de experimentar
cierto placer —el gozo estético—, sino que está imposibilitado para acceder a
una de las dimensiones más profundas y enriquecedoras a las que se abre el ser
humano [Cassirer 1979].
Cassirer señala que aunque el lenguaje y la
ciencia constituyen los dos principales procesos con los cuales nosotros
aseguramos y determinamos nuestros conceptos del mundo exterior, y en esto se
asemejan al arte, «en los dos casos existe un acento diferente. El lenguaje y
la ciencia son abreviaturas de la realidad; el arte una intensificación de la
realidad. El lenguaje y la ciencia dependen del mismo proceso de ‘abstracción’,
mientras que el arte se puede describir como un proceso continuo de
‘concreción’. En nuestra descripción científica de un objeto comenzamos con un
gran número de observaciones que, a primera vista, no son más que un conglomerado
suelto de hechos dispersos; pero, a medida que caminamos, estos fenómenos
singulares tienden a adoptar una forma definida y a convertirse en un todo
sistemático. (…) El arte no admite este género de simplificación conceptual y
de generalización deductiva; no indaga las cualidades o causas de las cosas
sino que nos ofrece la intuición de sus formas. Tampoco es esto, en modo
alguno, una mera repetición de algo que ya teníamos antes. Es un descubrimiento
verdadero y genuino. El artista es un descubridor de las formas de la
naturaleza lo mismo que el científico es un descubridor de hechos o de leyes
naturales» [Cassirer 1975: 214-215].
Cuando el hombre fue capaz de descubrir que
podía aproximarse a cualquier objeto, sonido, movimiento, color, etc., con una
actitud diferente, no reducible a las consideraciones míticas, religiosas,
etc., se produjo una importante revolución en el mundo humano. Porque, más allá
de la concreción puramente perceptual de apreciación y significado, nacía una
estructura nueva desde la cual situarse para mirar la experiencia, porque el
ser humano no venera las obras de arte, sino que las contempla, y puede abrirse
gracias a ellas a la experiencia estética [Itzkoff 1977: 117].
5.4.4.
LA CIENCIA
La función propia de la ciencia es
proporcionar una visión del mundo caracterizada por la inserción de lo
particular en una forma universal ordenadora, mostrando cómo cada individuo es
un caso concreto de una ley general. Ofrece, por tanto, una visión global y
ordenada de la realidad en lugar de describir hechos dispersos y aislados. La
ciencia busca la regularidad, el establecimiento de una ley, y para ello
introduce un nuevo elemento configurativo, un nuevo patrón lógico de
sistematización [Cassirer 1975: 309-310].
El paso decisivo que permitió la aparición
de la ciencia como forma simbólica fue el descubrimiento del número; y el
avance en el proceso de constitución del conocimiento científico se produce
también en la medida en que se coloca el mundo de los fenómenos naturales bajo
el control del número. «Pitágoras hizo su primer gran descubrimiento —afirma—
cuando descubrió que el tono [musical] dependía de la longitud de las cuerdas
(…) Si la belleza que sentimos en la armonía de los sonidos se puede reducir a
una simple proporción numérica, entonces resulta que el número nos revela la
estructura fundamental del orden cósmico (…) En el número, y sólo en él
encontramos un universo ‘inteligible’» [Cassirer 1975: 304]. A partir de ese
momento, la ciencia deja de hablar con el lenguaje de la experiencia común para
hacerlo con el lenguaje pitagórico. De esta forma se puede considerar al
número, en expresión de Skidelski, como una especie de ácido universal por
medio del cual la pluralidad de los objetos y propiedades se disuelve en un
todo funcional [Skidelski 2008: 119].
La ciencia, al estudiar la realidad en
cuanto susceptible de ser integrada bajo leyes universales promueve una
sensación de equilibrio, conduce «a una estabilización y consolidación del
mundo de nuestras percepciones y pensamientos» [Cassirer 1975: 305] y esto
supone, sin duda, una gran ventaja; aunque tenga también otros inconvenientes.
En efecto, Cassirer sostiene que, desde el punto de vista cognitivo, el hecho
de que el ser humano pase desde el mito y el lenguaje a la ciencia, representa
un avance considerable. Pero como la perspectiva cognitivo-racional no es la
única posible, si se consideran las cosas desde un punto de vista más amplio en
el que se trate de abarcar la totalidad de la experiencia humana, la ciencia
puede presentarse también como una manera de esclerotizar la vida cotidiana,
que es particular, inmediata y emotiva, porque estas características quedan
fuera de las posibilidades de consideración de la ciencia, pero pueden ser
recogidas y expresadas por otras formas simbólicas, como por ejemplo el
lenguaje o el arte.
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