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MENSTRUACIÓN. PROYECTO DE DIFUSIÓN Y CAMPAÑA SOBRE MENSTRUACIÓN: SALUD, Y NUEVOS DERECHOS

Durante años menstruar fue motivo de vergüenza para miles de cuerpos en el mundo. Es común que muchas mujeres y adolescentes falten al trabajo y a la escuela durante el ciclo. Por eso, desde 2014 cada 28 de mayo se conmemora el Día Internacional de la Higiene Menstrual, una efeméride que apunta a exigirles a los Estados respuestas por más y mejor justicia de género. Porque menstruar no es una cosa de mujeres ni algo que impacta sólo en el ámbito privado”. 

Eugenia Tarzibachi (Autora del libro: “Cosas de mujeres: Menstruación, género y poder” Ed. Sudamericana) reflexiona sobre las deudas en las políticas de educación y salud.

*Fragmento, presentación de artículo “Sacar la menstruación del closet” de Eugenia Tarzibachi-revista Anfibia

Link al texto completo: http://revistaanfibia.com/ensayo/sacar-la-menstruacion-del-closet/

Objetivos de la campaña de difusión:

1-Generar debate sobre el tema vinculado al ESI, de manera transversal y promover una campaña de difusión sobre las problemáticas de la menstruación desde una perspectiva multidimensional

2- Desde una perspectiva de género (es solo cosa de mujeres?) ¿Por qué los hombres deben educarse en los temas de la salud menstrual? 

3- Análisis de Publicidades: Contexto histórico, lenguaje y comunicación (cómo se trató el tema antes? Cambios en el lenguaje. Campañas de publicidad sobre el tema. (Body Form Inglaterra en 2017 y Johnson & Johnson en Argentina en 2018)

4-Salud (qué cosas deben saberse desde la salud y el cuidado: Toallas, prendas, copa menstrual)  

5- Económico (¿Cuánto cuesta menstruar?)

6- Nuevos derechos (¿deben cubrirse los gastos desde los sistemas de salud?). Sistema público de salud, cobertura de obras sociales y sistemas privados. 

7-Contexto nacional e internacional: Investigar qué pasa en otros países. ¿Qué políticas públicas se impulsan? ¿Qué legislación hay en Argentina y qué proyectos se presentaron? Promover debates sobre el tema y difundir estas problemáticas.

8-Generar, afiches, flyer, videos explicativos, audios que se complementen en una campaña de difusión desde la escuela y hacia la comunidad. Genererar un lema o slogan de la campaña de difusión.

ACCIONES DE DIFUSIÓN DE LA CAMPAÑA.

1- Posters/Láminas de exposición con dibujos e información.

2- Grabación de audios -podcast- de difusión de una duración aproximada de 5 minutos.

3- Grabación de un material audiovisual CLIP - DOCUMENTAL- ENTREVISTA sobre el tema.

4 Diagramación de pequeños volantes de difusión con información sobre el tema

5 Diagramación de flyer/infografías digitales

6 Artículo de difusión para la revista de la escuela.

7 Generación de memes digitales.

8 Generación de tiras de comic/Historietas

9 Organización de charlas/ debates /entrevistas.

10 Difusión por canales institucionales y redes sociales de las producciones. 

 


OBSERVACIÓN DE PÁGINAS Y BÚSQUEDAS DE INFORMACIÓN:

https://www.princesasmenstruantes.com/educacion-menstrual-2/

https://economiafeminita.com/esimportante-hablar-de-menstruacion-material-educativo/

Texto: “Cuerpo Menstrual” Eugenia Tarzibachi  http://revistaanfibia.com/ensayo/cuerpo-menstrual/

Artículo “Sacar la menstruación del closet” de Eugenia Tarzibachi - Revista Anfibia

Link al texto completo: http://revistaanfibia.com/ensayo/sacar-la-menstruacion-del-closet/

PUBLICIDADES:

Natalia Oreiro . Publicidad OB - Años '90 (Hq) - Version Uruguay https://www.youtube.com/watch?v=59eNhqYrbEQ

Publicidades varias 2012 https://www.youtube.com/watch?v=FQ26Pgktktc

Publicidad NOSOTRAS Naturalizando la Menstruación – 2019 https://www.youtube.com/watch?v=IyWENfKC7C8

2020- NOSOTRAS-Historias de úteros https://www.youtube.com/watch?v=UOkBpUPDSo4

EDUCACIÓN MENSTRUAL

Link: https://www.princesasmenstruantes.com/educacion-menstrual-2/

Princesas Menstruantes Proyecto Latinoamericano de Educación Menstrual, nacido en Colombia en el año 2015, es pionero en la construcción de prácticas de educación menstrual. Trabajamos de forma Independiente y autogestionada, nos posicionamos desde el modelo de intercambio justo y el compromiso con la transformación social y el bienestar colectivo.

Proponemos desde prácticas y pedagogías emancipadoras, espacios académicos e investigativos politizar la menstruación como estrategia de resistencia de los cuerpos de mujeres y niñas. Facilitamos espacios de diálogos, investigaciones, reflexiones e intercambio de saberes sobre educación menstrual que permitan adquirir herramientas para realizar acompañamientos asertivos a las infancias en estas cuestiones; desarrolla materiales pedagógicos y literarios que posibilitan a las familias, maestras, terapeutas y activistas abordar el tema de una manera cercana a las niñas, y acompaña a través de consultorías, asesorías familiares y diversos talleres y seminarios enfocados en temas de pubertad, especialmente en asuntos correspondientes a la educación menstrual.

Princesas Menstruantes fue creado por la psicóloga y educadora menstrual, Carolina Ramírez, quién a recorrido nueve países de América Latina compartiendo sus prácticas de educación menstrual, investigando y llamando la atención sobre la necesidad de crear espacios seguros para menstruar en dignidad.  «La Educación Menstrual no se trata únicamente de explicar aspectos biológicos y fisiológicos; se trata principalmente de desentrañar las narrativas ancladas en la psique colectiva que favorecen la enfermedad, el padecimiento y el malestar».

¿Por qué Princesas?  El componente literario y pedagógico del proyecto se propone darle voz a las princesas clásicas, a esas que han representado el ideal de mujer para una porción de la humanidad, mientras que para la otra personifican el claro modelo de lo que no se quiere ser; y justamente esas historias que han generado diversas e intensas emociones, entre ellas amores y odios, han sido escritas y contadas por los hombres del patriarcado ilustremente reconocidos en la literatura,  consolidándose en una de las estrategias más efectivas para la imposición de un modelo de mujer, robando la riqueza del deseo y la construcción subjetiva, estandarizando y reduciendo la categoría mujer a una asunto trivial. La usurpación las voces y las narrativas de las mujeres representadas en este caso en las llamadas princesas clásicas, que entre otras, se convirtieron en imágenes arquetípicas que se sostienen hasta el día de hoy, constituye una metáfora de lo que han sido las luchas para que las voces de las mujeres sean escuchadas y legitimadas, incluso entre las mismas mujeres.

Nuestra propuesta, textos y publicaciones contribuyen a la creación de otras narrativas y representan otras voces, las voces de mujeres que cuentan su versión de la historia…Y entonces nadie le preguntó a la Cenicienta si fue verdad lo de la zapatilla o a Blancanieves si efectivamente mordió la manzana. Y así, fuimos dando por sentada la versión del patriarcado y entonces la resistencia y el rechazo, de alguna manera, se tornó contra ellas, mientras que los cuestionamientos en escasas ocasiones se han dirigido a los autores o recopiladores de estas narrativas. Hay multiplicidad de caminos para disidir y este fue el que elegimos, paradas desde la psicología y la fuerza de lo simbólico creemos en la importancia de resignificar estos personajes profundamente arraigados en la psique colectiva y dotarlos de nuevos significados y características, la menstruación por ejemplo. Negar las princesas, prohibirlas e irnos en contra de ellas hace el mismo efecto que aplaudirles. Transformar las narrativas constituye una posibilidad asertiva que impulsa y/o favorece los procesos de emancipación de mujeres y niñas.

MenstruAcción

https://ecofeminita.com/menstruaccion/

Desde 2017, #MenstruAcción lleva a cabo una serie de acciones que buscan mitigar el impacto del estigma de la menstruación: redacción, asesoría y sanción de Proyectos de Ley para exención impositiva y provisión gratuita de productos de gestión menstrual, iniciativas educativas sobre el tema, colectas y distribución de productos de gestión menstrual, elaboración de materiales de difusión sobre la problemática y elaboración de datos y estadísticas.

Mediante nuestro trabajo, buscamos mostrar que el tabú que rodea a la menstruación la ha invisibilizado como objeto de las políticas públicas y la producción de conocimiento, lo que ha generado una serie de problemas para las personas que menstrúan, entre los que se destacan la imposibilidad de asistir a la escuela o al trabajo cuando no se pueden adquirir productos para contener el sangrado, así como los riesgos para la salud que supone el uso de materiales inadecuados a tal fin.

Cuerpo menstrual

El cuerpo de mujer, singular, como construcción colectiva y también objeto de la industria autodenominada Cuidado Personal Femenino, que produce toallas y tampones. Bajo la idea de la liberación femenina por medio de la democratización del uso de estos productos se ocultó y perpetuó la carga estigmatizante que aún posee el cuerpo que sangra ante las miradas ajenas, escribe Eugenia Tarzibachi en este adelanto del libro Cosas de Mujeres, editado por Sudamericana.

(…) el cuerpo será ubicado en el lugar privilegiado que tiene en la construcción sociocultural de la ficción llamada “feminidad”. Una parte de esa ficción se desarrolla a partir de un trabajo, continuo y silencioso, de vigilancia y adecuación corporal que se espera de las mujeres a partir de los sentidos socioculturales que carga la menstruación. Finalmente, el cuerpo menstrual será analizado como mercancía en el marco actual del mercado internacional de la industria productora de toallas y tampones manufacturados y descartables. Se analizará el caso de los Estados Unidos y la Argentina, pero también el de otros países del continente americano, lo que nos permitirá entender la dimensión que alcanzó esta industria autodenominada Cuidado Personal Femenino (Femcare).

 (…) De modo que recorreremos cómo se fue instaurando ese nuevo modo de menstruar, que se relacionó con esa figura comodín y polivalente de “lo moderno”, y que también incluyó un nuevo modo de pensar y hablar sobre la menstruación. Esa nueva forma estandarizada de hacer, pensar y hablar normalizó el cuerpo menstrual bajo un ideal de cuerpo femenino para el que la menstruación era algo “normal” de las mujeres (y no una enfermedad debilitante), que podía estar bajo el propio control para no hacerse evidente ante otros (es decir, podía ser efectivamente ocultada en su materialidad y desechada con facilidad). Y, como si fuera poco, las mujeres (cuerpo menstrual y mujer fueron lo mismo en ese proceso) eran protegidas por la autoridad del saber bio-médico hegemónico sobre sus cuerpos y de las tecnologías de gestión menstrual que este saber avaló, reduciendo la dispersión de interpretaciones sobre los cuerpos menstruales que las creencias populares regían privilegiadamente hasta entonces.

Ese proceso fue desplazando las formas tradicionales de hacer algo con la menstruación que le suponía a cada mujer armar individualmente un modo de contener y esconder el sangrado, disimular los productos en el cuerpo, lavarlos, secarlos y luego guardarlos donde quedarán ocultos de la vista ajena, especialmente de los hombres.

Con la aparición de las toallas y los tampones industriales, esa gestión menstrual no sólo se estandarizó sino que se hizo más práctica e higiénica, especialmente a medida que los diseños de éstos fueron mejorando. Además, dado que la efectividad para ocultar cualquier señal del cuerpo menstrual se incrementó con el uso de estos productos “modernos”, se redujo la ansiedad que generaba la posibilidad de que algún indicio de existencia del cuerpo menstrual quedara expuesto en público.

Pero fue la descartabilidad la característica que hizo sumamente atractivos a estos nuevos productos. En lo concreto, aumentó la practicidad para desechar la sangre y los productos. Este beneficio se desplazó simbólicamente en la posibilidad de deshacerse de un cuerpo menstrual pasado de moda que, por utilizar artículos reusables, era descubierto más allá de la propia voluntad y, “por su naturaleza”, limitaba las posibilidades de libre circulación de las mujeres por el mundo público. Algo así como si el desecho de los productos y la sangre hubieran permitido descartar (en el sentido de una desidentificación) un viejo cuerpo menstrual que era considerado una causa “natural” e irremediable de desigualdad social de las mujeres con respecto a los hombres. Ese cuerpo menstrual “viejo” que, en muchos casos, torturaba la existencia de las mujeres porque era incontrolable para ellas y las avergonzaba, se fue posicionando como prescindible mediante la compra de estos artículos. Así quedó a disposición de las mujeres un caudal significativo de energía que, cada mes durante años de sus vidas, se concentraba en el cuerpo cuando menstruaban.

En síntesis, a medida que las toallas y los tampones industriales fueron adaptándose al uso cotidiano para la gestión menstrual se transformaron en aliados de las mujeres. Esos aliados adquirieron vida social como “protectores femeninos” provistos por una instancia inicialmente identificada con lo masculino y con lo sajón. Con ellos, ese cuerpo menstrual incivilizado, caótico, vulnerable y desadaptado para su aceptabilidad en la vida en sociedad dejó de tener un papel protagónico, aunque comandó, desde la sutileza de lo implícito, el sentido dado a esos productos como reparadores de un cuerpo “naturalmente” defectuoso. Una feminidad monstruosa que sufría a causa del cuerpo y quedaba expuesta más allá de su voluntad como menstrual ante otros se desechó junto con la sangre y los productos (con diferencias notables según la clase social, la nacionalidad, el lugar de residencia rural-urbano, etc.), aunque continuó regulando desde las sombras de un ideal de cuerpo femenino que fingía exitosamente ser a-menstrual. El armado de ese nuevo cuerpo revela que el verdadero ideal corporal que rigió su composición mediante el sentido dado a estas tecnologías fue el a-menstrual, masculino (Vostral, 2008).

Entonces, las toallas y los tampones son mucho más que meras tecnologías de gestión menstrual. Son un prisma para reconocer cómo se reprodujeron narrativas tradicionales sobre el género en diferentes planos que iremos viendo y, paradójicamente, se los identificó como medios de liberación femenina. La paradoja interesante que se produjo es que esta nueva práctica de control, que tuvo como táctica central disimular exitosamente la condición menstrual de unos cuerpos por considerarlos defectuosos, también incrementó el sentimiento de autodominio del propio cuerpo durante la menstruación y diferentes productividades de esos cuerpos. Así generaron un significado libertario para las mujeres, quienes sintieron que podían reparar un defecto intrínseco de sus cuerpos y, junto a ello, las torturas que parecían infligir sus cuerpos menstruales (nunca los sentidos socioculturales sobre éstos) gestionados con las tecnologías tradicionales previas como fueron los “trapitos”. En sintonía con la perspectiva conceptual elaborada por Michel Foucault se entiende que las nuevas concepciones de la modernización y la liberación de las mujeres que el uso de estas tecnologías supuso, ayudaron a generar una falsa igualdad con los hombres, siendo sus cuerpos a-menstruales los ideales.

“Menstruar como una mujer moderna” supuso actuar una feminidad que profundizó el posicionamiento de las mujeres en contra de sus cuerpos considerados defectuosos, pero que también les hizo ganar espacios de circulación social en esos días. Esas concepciones sobre la modernización y la liberación de la mujer tecnológicamente “reparada” en ese mismo “defecto” que las hacía mujeres, fueron acompañadas de un contra-movimiento sustentado en nuevas prácticas de disciplinamiento del cuerpo para su regulación y autovigilancia. Como resultado, a lo largo del siglo XX se maximizó la productividad del cuerpo de las mujeres en una doble vía. Por un lado, estas tecnologías ayudaron a incrementar su rendimiento económico (como consumidoras y trabajadoras) y, por el otro, su productividad libidinal (como objetos de placer visual masculino y sujetos deseantes, que podían realizar “lo que quisieran”).

Una vez consolidado este proceso transnacional, que enmascaró mejor el cuerpo menstrual bajo la idea de la liberación femenina por medio de la democratización del uso de estos productos industriales, se ocultó y perpetuó la carga estigmatizante que aún posee el cuerpo menstrual ante las miradas ajenas. Dentro del clóset de la menstruación del que habló Iris Marion Young (2005), quedó invisibilizado el estigma de la menstruación que todavía regula bajo la ropa “íntima” la vivencia aún dominante del cuerpo menstrual. Tanto es así, que hoy es posible constatar gestos de vergüenza ante la posibilidad de que se develen marcas visibles del cuerpo menstrual y, simultáneamente, es posible escuchar voces burlonas que afirman que “la mancha de la menstruación es igual de molesta como una mancha de kétchup en la ropa después del almuerzo”.

¿Cuánto tuvo que ver la industria productora de toallas y tampones descartables en la ocultación de la condición vergonzante y abyecta que aún carga la menstruación como marca evidente, tangible de un cuerpo de mujer y de las réplicas de esas voces? ¿Por qué el discurso sobre el cuerpo menstrual construido por la industria de Femcare es crucial para comprender la resistencia del activismo menstrual, así como la tensión de sentidos que proponen nuevas tecnologías de gestionar las menstruaciones como los productos reusables o los que suprimen el sangrado periódico? Ésas son algunas de las preguntas que este libro responderá al reponer sentidos históricos y transnacionales sobre el cuerpo menstrual.

(…) Nací en la provincia de Buenos Aires, (…) a mis 12 años y luego de menstruar por primera vez, reaccioné con el mismo gesto con que la protagonista de esa novela se inicia: hice desaparecer el flamante vello de mi sexo con la ilusión de hacer desaparecer la menstruación y algo más. Me refiero a las connotaciones socioculturales asociadas a la menstruación y al sexo como evidencia fáctica que, desde ese momento, parecían resignificar mi identidad de género. Sentí el peso con que mi cuerpo quedaba marcado a partir de un acontecimiento involuntario, como es la primera menstruación. Recibí la menstruación con algo más que sangre, un malestar físico constelado entre dolor de cintura, extrema sensibilidad de un par de senos que crecían y espasmos intensos en el abdomen bajo. Retrospectivamente entiendo que ese sangrado se enlazó a la feminidad de una manera maciza y abrupta. Ese acto significó para mí el rechazo de la feminidad consustanciada, transparentada en el sexo. Sangre y feminidad irrumpieron juntas de una manera violenta y esa tarde yo me había cortado todo el vello de mi sexo como un modo de resistir el hecho de tener que “hacerme señorita” a fuerza del mandato social.

Cuando menstrué por primera vez, me resistí a algo que transmitía el modismo “hacerse señorita”. Éste era una parte de lo que Douglas llamó cultura: “valores públicos, estandarizados de una comunidad, que median la experiencia de los individuos” (Douglas, 1966:39). Con anterioridad a experimentar ese primer sangrado, había escuchado a mi abuela materna referirse a alguna prima que “ya era señorita” y su significado era aún un enigma para mí. También había oído la idea de que una se convertía en mujer desde el momento en que menstruaba, en las charlas que los representantes de una empresa multinacional de toallas y tampones dieron en mi escuela primaria, privada y mixta de Avellaneda, un año antes de mi primera menstruación. Nos habían convocado sólo a las chicas en un aula donde nos hablaron sobre nuestro “aparato” genital y la menstruación, para luego regalarnos unas muestras. Recuerdo la vergüenza con la que salimos del aula y nos encontramos con las risas burlonas de algunos varones. Y cuando experimenté ese primer sangrado, a comienzos de los años noventa, mis propios padres (que fueron adolescentes y jóvenes en un barrio bonaerense en los sesenta y setenta) significaron ese acontecimiento con esa frase. Al mismo modismo se refirieron la mayoría de las veinte entrevistadas para mi investigación doctoral: mujeres porteñas y bonaerenses de clases media y baja que eran adolescentes y jóvenes en los setenta. Ellas —sin distinción por pertenencia de clase social— no sólo colocaron a la primera menstruación como un hito en sus vidas, sino que gran parte de ellas la mencionaron a través del sentido de “cuando me hice señorita” o “decían que te habías hecho señorita”.

Fragmento: https://www.revistaanfibia.com/cuerpo-menstrual/

Artículo “Sacar la menstruación del closet” de la revista Anfibia)

Link al texto completo: http://revistaanfibia.com/ensayo/sacar-la-menstruacion-del-closet/

Eugenia Tarzibachi

Durante años menstruar fue motivo de vergüenza para miles de cuerpos en el mundo. Es común que muchas mujeres y adolescentes falten al trabajo y a la escuela durante el ciclo. Por eso, desde 2014 cada 28 de mayo se conmemora el Día Internacional de la Higiene Menstrual, una efeméride que apunta a exigirles a los Estados respuestas por más y mejor justicia de género. Porque menstruar no es una cosa de mujeres ni algo que impacta sólo en el ámbito privado, Eugenia Tarzibachi reflexiona sobre las deudas en las políticas de educación y salud.

Un proceso corporal atraviesa la experiencia de la mayoría de las bio-mujeres de todo el mundo: la menstruación. Pero durante años esos cuerpos creyeron que debían sentir vergüenza y ocultar ese sangrado que eso sólo sangre y es mucho más que eso. Poner a la menstruación en el closet fue la forma de volvernos cuerpos aceptados socialmente, más parecidos a la norma (los cuerpos a-menstruales, los cuerpos de varones) sin ser a-menstruales. La solicitud cultural hacia las bio-mujeres fue entonces ir contra sus cuerpos menstruales, desmentirlos, para ser considerados femeninos. Simultáneamente, en un gesto cuasi-esquizofrénico, la menstruación también fue enaltecida como rasgo no visible del cuerpo, por su valor connotativo relacionado con la fertilidad potencial, con la posibilidad de ocupar una posición social aún sagrada para las mujeres: la de madre. Se nos dijo que “nos hacemos señoritas” a partir de esa sangre, pero ese mismo sangrado que nos convertiría en mujeres es lo que debemos ocultar férreamente de la percepción ajena.

Desde hace cuatro años, cada 28 de mayo se conmemora el Día Internacional de la Higiene Menstrual. La elección responde a que mayo es el quinto mes del año y representa los cinco días que dura la menstruación. Y 28 es la cantidad de días promedio que dura un ciclo menstrual completo. La fecha coincide con el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres, un recordatorio de los problemas de salud sexual y reproductiva a los que se enfrentan mujeres, niñas y cuerpos menstruantes en el mundo. Ambas conmemoraciones apuntan a exigirle a los Estados respuestas por más y mejor justicia de género. También por menstruar. Porque menstruar es mucho más que una cosa de mujeres.

El Día de la Higiene Menstrual, que sería deseable llamar de la Salud Menstrual (porque no hay nada de sucio en la menstruación), es una plataforma global que congrega organizaciones no gubernamentales, gobiernos, sectores privados, medios e individuos que buscan mejorar la gestión menstrual de forma digna y libre de estigmas.

¿Por qué necesitamos esta fecha? Porque todavía tenemos mucho por hacer en torno a la generación de políticas públicas referidas al ciclo menstrual, que exceden las de la agenda económica (quita de impuestos sobre los productos de gestión menstrual porque son productos de primera necesidad y no de lujo). Las políticas que restan producir también afectan la agenda laboral, medioambiental, educativa y sanitaria. En este artículo me referiré a estas dos últimas. Educamos muy poco sobre menstruación y lo hacemos de una forma que suele reproducir narrativas tradicionales sobre el género. Hasta que se creó y empezó a implementar el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), la industria autodenominada de Cuidado Personal Femenino cubrió ese lugar vacante con las charlas en escuelas: hasta las décadas del noventa aproximadamente, niñas por un lado, niños por el otro escuchaban cómo se desarrolla el “aparato reproductor” de los cuerpos masculinos y femeninos. Y por suerte esa iniciativa existió. Transmitió al menos contenidos básicos que permitieron dar un sentido a ese real del cuerpo ante al ausencia del Estado. Sin embargo, aún hoy, inclusive en el marco progresista de la política nacional de la educación sexual integral, la menstruación es privilegiadamente significada como algo que prepara a las mujeres para la maternidad cuando estemos listas para formar una familia. Por suerte, se agrega en algún momento, “si alguna vez querés”.

Los materiales educativos clásicos que hasta ahora hablaron sobre la menstruación suelen estar atravesados por la narrativa biomédica tradicional sobre ese proceso fisiológico. La menstruación se explica desde el relato sobre la fecundación que nuevamente reinscribe narrativas tradicionales sobre el género: el óvulo pasivo que cae, el esperma activo que conquista. Y la menstruación es un efecto de derrumbe, de caída de las paredes de ese “nido” que buscaba albergar a un futuro bebé. Tanto es así que a comienzos del siglo pasado, la menstruación fue significada como un “aborto ovular” o el llanto del útero ante su fecundidad fallida. Hay otras formas, inclusive dentro del saber biomédico, para dar cuenta del proceso de fecundación que le brinda un papel protagónico al óvulo. Y también hay otras narrativas dentro del saber biomédico no hegemónico para explicar la menstruación en relación a defensa contra gérmenes patógenos que puede introducir el semen en el marco de relaciones sexuales heterosexuales.

Entonces, en la educación formal, niños, niñas y adolescentes aprenden que menstruar es hacerse mujer, y eso coloca a esas personas en el horizonte de la heteronorma, y a las mujeres se las posiciona dentro del horizonte deseable de la maternidad. Ahora bien, ¿cuándo vamos a abordar más fuertemente los derechos no-reproductivos, habilitar el no deseo de maternidad?, ¿qué pasa con los varones trans? ¿Y las mujeres trans que sienten que nunca serán verdaderas mujeres porque no menstrúan? Urge hacer lugar a la diversidad. Necesitamos una educación inclusiva que contemple a los varones como destinatarios de la educación menstrual y que incluya otras identidades de género como las trans. Por eso hoy hablamos de “personas que menstrúan” más que de mujeres para referirnos a quienes viven esa experiencia.

La educación con perspectiva de género no es el único reclamo. Sabemos muy poco sobre el ciclo menstrual, sobre el reconocimiento del sangrado normal, sobre productos y su uso seguro, sobre el dolor. Eso nos impide no sólo conocer nuestro cuerpo en profundidad sino adelantarnos a posibles complicaciones de la salud. En 2017 un estudio neozelandés demostró que a mayor educación menstrual, mayor posibilidad de anticipar el diagnóstico de patologías silenciosas como la endometriosis.

La educación debe desandar el tabú de los cuerpos menstruales y de la sangre, y abrirse a otros discurso para significar ese proceso fisiológico del cuerpo más allá del discurso médico hegemónico. Además de esperar que las industrias cambien su retórica (como lo hizo Body Form en Inglaterra en 2017 y lo está haciendo Johnson & Johnson en Argentina en 2018), es responsabilidad del Estado educar de otro modo.

La salud de los cuerpos de las bio-mujeres

Así como no educamos consistentemente para desarmar los sentidos poco felices sobre la menstruación, tampoco tenemos suficiente información sobre cómo menstruamos. No conocemos en términos poblacionales a qué edad está ocurriendo la primera menarca. Sabemos de hecho de un patrón de adelantamiento pero no tenemos información certera. La menarca debe incorporarse en la agenda de salud poblacional mundial. Sino,entre otras cosas, llegamos tarde con la educación.

Muchas niñas aún reciben su primera menstruación sin información fidedigna. Un estudio publicado por Chanda Mouli y otros en 2017 muestra que la información que suelen recibir las niñas más pobres es de parte de sus madres y otras mujeres de la familias y suelen reproducir conceptos erróneos que refuerzan la vergüenza y los estereotipos. Y lejos de poder acceder a las instituciones sanitarias, las niñas faltan a la escuela, se automedican y se sustraen de la interacción social durante esos días.

En las consultas ginecológicas los médicos no suelen preguntar más que la fecha de última menstruación. Tampoco hay allí una pedagogía y un relevamiento de la salud menstrual, de cuánto sangramos, de qué productos usan y cómo usarlos de forma segura o cuánto dolor sentimos. El dolor está tan naturalizado y se esgrime constantemente su percepción subjetiva, que su indagación generalmente se omite.

Necesitamos políticas sobre el climaterio y la menopausia. Y también despegar la asociación feminidad-menstruación tanto para la primera menstruación (hacerse señorita) como en la menopausia y la supuesta pérdida de la feminidad.

Asimismo, sería deseable indagar en profundidad los sentidos que asume la menstruación para las mujeres antes de destinar fondos del tesoro nacional o provincial a la compra de anticonceptivos que suprimen el sangrado periódico. Para muchas mujeres el sangrado periódico les indica que no están embarazadas y es un símbolo de feminidad. Al quedar amenorreicas, pierden ese control experiencial de la falta de embarazo, realizan reiterados tests de embarazo y terminan pidiendo su remoción. Por otra parte, estos métodos anticonceptivos serán de larga duración pero son carísimos para el Estado e igual de inefectivos en la prevención de enfermedades de transmisión sexual que, por ejemplo, el viejito DIU de cobre.

Por otra parte, es competencia del Estado velar por la seguridad de los llamados “protectores femeninos” producidos por la industria del FemCare. Tampones y toallitas femeninas necesitan de una guía de uso que, muchas veces, no alcanza con las instrucciones técnicas de los envases.

En relación la seguridad, hay dos ejes no mencionados de políticas necesarias: Lo que en USA se llamó “Detox the box” (obligar a que expliciten los componentes en las cajas) y el llamado a los organismos de investigación nacional de salud a realizar estudios independiente sobre la seguridad de los productos de gestión menstrual. Estos son otros dos ejes cruciales de políticas relativas al ciclo menstrual aún invisibilizados.

Finalmente, en el eje de políticas de salud, llama la atención que el ex PNSSyPR, hoy Dirección Nacional, no tenga aún en su canasta básica de productos gratuitos para las poblaciones vulnerables bajo programa al menos un producto para la gestión menstrual.

En diciembre de 2016 una joven de 15 años de Nepal fue recluida en una choza por estar menstruando, una práctica de exclusión social similar a la que viven muchas niñas y adolescentes en diversas partes del mundo cuando tienen sus ciclos. La noticia recorrió los medios de comunicación porque la muchacha encendió un fuego para combatir el frío y murió a causa de la inhalación del humo.

Necesitamos pensar la salud menstrual en el marco de los derechos humanos y la equidad de género. La falta de información, las narrativas tradicionales con las que educamos y la falta de políticas públicas de salud impiden gestionar las menstruaciones de un modo adecuado que permitan procesos higiénicos y ruptura de tabúes. La falta de acceso a tecnologías de gestión menstrual es, además, una barrera de acceso al espacio público: cuando menstrúan miles de mujeres dejan de ir a la escuela y al trabajo. Y en situaciones de catástrofes el Estado provee pañales para bebés pero jamás brinda toallitas femeninas para las mujeres.

Sería interesante renombrar esta fecha de conmemoración reemplazando la cuestión de la higiene menstrual, para incluir armoniosamente la misión de intentar erradicar el estigma con que aún carga la menstruación. La idea de la higiene reproduce un modo de cargar de significante al cuerpo de las personas que menstrúan como sucio. Es tiempo de sacar a la menstruación del closet. Es tiempo de reconocer la “densidad” que carga la menstruación en todo sentido. Es tiempo de comprender que menstruar es más que una mera una cosa de mujeres, algo estrictamente confinado al espacio de lo íntimo, lo privado. Menstruar también es político.

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